domingo, 13 de diciembre de 2015

La deriva continental cumple 100 años.

Pese a precedentes más antiguos, la hipótesis que Alfred Wegener publicó en 1915 es el origen de la moderna tectónica de placas.

La moderna tectónica de placas supuso un salto conceptual en la geología comparable al átomo de Bohr en la física, o al código genético en la biología.
Wegener demostró que no solo la forma de las líneas de costa a los dos lados del Atlántico, sino también las estructuras geológicas del oriente americano y el occidente africano, sus tipos de fósiles y las secuencias de sus estratos, presentaban unas similitudes asombrosas.
Nuevos datos sobre paleomagnetismo y sedimentos marinos, junto a la observación de las cordilleras suboceánicas –por donde emerge de las entrañas de la Tierra el nuevo suelo que va desplazando los continentes actuales—, reivindicaron la hipótesis de la deriva continental.


Cuando Alfred Wegener murió –en 1930, durante la última de sus expediciones a Groenlandia—, la gran idea de su vida había sido descartada, olvidada y vilipendiada. La idea era la deriva continental, y habrían de pasar aún 30 años para que se sacara del cajón, se demostrara correcta y se convirtiera en el fundamento de la gran revolución de la geología, la moderna tectónica de placas, un salto conceptual comparable al átomo de Bohr en la física, o al código genético en la biología. Así son las revoluciones de la ciencia, que no solo devoran a sus hijos, sino también a sus padres.
La chispa que encendió la hipótesis de la deriva continental es la misma que habrán observado miles de niños al echar un vistazo al mapamundi colgado de la pared del aula: el desconcertante parecido entre las líneas de costa de Sudamérica y África, a los dos lados del Atlántico. Y no fue Wegener el primero en reparar en ello. El filósofo británico Francis Bacon ya mencionó el parecido de las líneas de costa en su Novum Organum de 1620, y también lo hizo el conde de Buffon, un naturalista francés del siglo XVIII, y el alemán Alexander von Humboldt hacia el final de esa misma centuria. Von Humboldt llegó a sugerir que aquellas dos costas habían estado juntas en el pasado.
Pero Wegener fue mucho más allá de esas meras impresiones visuales. No solo era explorador, sino también meteorólogo y geofísico, y ello le permitió reunir un cuerpo de evidencia multidisciplinario y que, en retrospectiva, se puede considerar más bien aplastante. Wegener demostró que no solo la forma de las líneas de costa a los dos lados del Atlántico, sino también las estructuras geológicas del oriente americano y el occidente africano, sus tipos de fósiles y las secuencias de sus estratos, presentaban unas similitudes asombrosas.

Como él mismo señaló en su publicación de 1915 –de la que celebramos el centenario—, si reuniéramos esos dos continentes, todas las estructuras “casarían como las líneas de texto en un periódico roto”, en la eficaz metáfora citada en Science por los geólogos Marco Romano, de la Universidad de Roma, y Richard Cifelli, del Museo Sam Noble de Norman, en Oklahoma. Wegener también conjeturó que los continentes representaban placas enormes de una roca más ligera que flotaban sobre rocas oceánicas más densas, una idea que, aunque no del todo correcta, prefigura la tectónica de placas moderna.
Pero, como tal vez habría cabido esperar, una hipótesis tan rompedora con la geología de comienzos del siglo XX, y por muy bien que estuviera fundamentada, solo podía desatar tormentas con gran aparato eléctrico en los estamentos académicos de la época. Aunque la deriva continental suscitó en 1915 algunos apoyos, como el de los geólogos Émile Argand y Alexander du Toit, fueron muchos más los científicos que optaron por quemar al hereje. “La hipótesis de la deriva”, escriben Romano y Cifelli, “era tan iconoclasta que se ganó el vitriolo, el ridículo y el desprecio de los especialistas, cuyos propios trabajos publicados partían de la premisa de una corteza terrestre horizontalmente inmóvil”.

El punto débil de la hipótesis era que Wegener no pudo encontrar un mecanismo convincente para alimentar todos esos movimientos de continentes. Avanzó tímidamente un par de ideas basadas en la rotación de la Tierra y algún otro fenómeno, pero eran tan obviamente incorrectas o insuficientes que solo sirvieron para ponérselo más fácil a sus atacantes del ramo de la geofísica. Pasado el revuelo inicial, la gran idea de Wegener fue olvidada en un cajón humillante de la historia.
Y allí se quedó hasta tres décadas después de morir Wegener, cuando nuevos datos sobre paleomagnetismo y sedimentos marinos, junto a la observación de las cordilleras suboceánicas –por donde emerge de las entrañas de la Tierra el nuevo suelo que va desplazando los continentes actuales—, reivindicaron la hipótesis de la deriva continental y desarrollaron alrededor de ella una nueva síntesis de la geología, la tectónica de placas que fundamenta esa ciencia en la actualidad.

Wegener no pudo saberlo, pero la Tierra le dio la razón.


Fuente: ElPais.com


lunes, 16 de noviembre de 2015

¿Qué es un huracán y cómo se forma?

¿Qué es un huracán?
Los huracanes son las tormentas más grandes y violentas de la Tierra. La gente llama a estas tormentas con distintos nombres como tifones o ciclones según el lugar donde se producen. El término científico para todas estas tormentas es ciclón tropical. Sólo los ciclones tropicales que se forman sobre el Océano Atlántico y el Océano Pacífico oriental, como el Patricia, se llaman huracanes.

Sea como fuere, todos los ciclones tropicales se forman de la misma manera.

¿Cómo se forma un ciclón tropical?
Los ciclones tropicales son como motores gigantes que usan el aire cálido y húmedo como combustible. Por eso se forman sólo sobre océanos de agua templada, cerca del Ecuador.

El aire cálido y húmedo sobre los océanos se eleva desde cerca de la superficie. Como el aire se mueve hacia arriba y se aleja de la superficie, queda menos aire cerca de la superficie. Dicho de otra forma más científica: el aire cálido se eleva causando un área de menor presión de aire cerca del océano.
El aire con mayor presión que está en las áreas circundantes llena el área de baja presión. Luego, este "nuevo" aire se torna cálido y también se eleva. En la medida en que el aire cálido continúa subiendo, el aire circundante gira para ocupar su lugar. Cuando el aire cálido y húmedo se eleva y se enfría, el agua que va subiendo en forma de vapor forma nubes. Todo el sistema de nubes y aire gira y crece, alimentado por el calor del océano y el agua que se evapora de la superficie.

Y depende de dónde se formen estas tormentas, girarán en una dirección u otra: Las tormentas que se forman al norte del ecuador giran en sentido contrario a las manecillas del reloj; las tormentas al sur, giran en el sentido de las manecillas del reloj.

¿Por qué giran de distinta manera?
Al girar el sistema de tormenta cada vez más rápido, se forma un ojo en el centro. En el ojo todo es muy tranquilo y claro, con una presión de aire muy baja.

¿Todas las tormentas que se producen así se consideran ciclones tropicales?
No. Cuando los vientos en la tormenta giratoria alcanzan los 60 km/h, la tormenta se denomina "tormenta tropical”. Y cuando alcanzan 120 km/h, se consideran oficialmente "ciclón tropical", o huracán.

¿Y qué pasa cuando llegan a la Tierra?
Se debilitan cuando tocan tierra, porque ya no se pueden alimentar de la energía proveniente de los océanos templados. Sin embargo, a menudo avanzan bastante tierra adentro causando mucho daño por la lluvia y el viento antes de desaparecer por completo.

¿Cuál ha sido el huracán más devastador de la historia?
No hay quien se ponga de acuerdo con el peor huracán de la historia. Los más fuertes no tienen por qué ser los más rápidos y, por tanto, el impacto que tienen en el medio ambiente y en los lugares por donde pasan es distinto.

Si atendemos a las cifras de fallecidos, El Gran Huracán de 1780 –también conocido como el huracán San Calixto–, es probablemente el que más muertes ha causado desde que se tienen registros: 22.000 personas perdieron la vida cuando impactó en varias islas del Mar Caribe, como Martinica y Barbados, entre otras.

Por otra parte, el más grande fue el famoso huracán Sandy, que en 2012 batió el récord al llegar hasta los 1.520 kilómetros de diámetro. El anterior en ostentarlo, el huracán Igor, llegó a tener 1.480 kilómetros de diámetro.

Pero ni el Gran Huracán ni el huracán Sandy fueron los más rápidos. Fue El Gran Huracán de Nueva Inglaterra de 1938 el que consiguió avanzar a la increíble velocidad de 110 km/h. Ningún otro huracán ha vuelto a superarlo. El que tenía los vientos más veloces, sin embargo, fue el huracán Camille, que tocó tierra con vientos sostenidos de 305 km/h.

El más duradero de todos los huracanes fue el de San Ciriaco (1899): 28 días aguantó como tormenta tropical fuerte.

Finalmente, el que más daños económicos ha causado fue, sin duda, el huracán Katrina, debido sobre todo a la fuerza con la que impactó en la ciudad de Nueva Orleans. Se cuantificaron 108.000 millones de dólares en daños materiales y más de 1.800 víctimas mortales.

¿Qué significa que un huracán sea de categoría 5, como 'Patricia'?
Se diferencia del resto porque en este punto ya se puede proceder a pedir la evacuación masiva de ciertas zonas residenciales. Como el huracán Patricia, este tipo de fenómenos alcanzan y superan los 220 km/hora.

¿Cuáles podrían ser las consecuencias de un huracán 5?
Las inundaciones pueden llegar a las plantas bajas de los edificios cercanos a la costa, y puede ser requerida la evacuación masiva de áreas residenciales. Además, se pude producir la destrucción completa de tejados en algunos edificios.

Fuente: ElPais.com

domingo, 18 de octubre de 2015

El cambio climático adelanta cada año más la primavera.

La desnudez de los árboles de hoja caduca es cada vez más breve. Un estudio de los bosques húmedos de Europa muestra que el cambio climático está adelantando la primavera un poco más cada año. En los últimos 30 años, la salida de las hojas se ha adelantado una media de 3,4 días por cada grado que ha subido la temperatura. Sin embargo, este adelantamiento se ha ralentizado en la última década y, por paradójico que parezca, el calentamiento global también parece tener la culpa.

En una de las estrategias más fascinantes de la flora, los árboles de las zonas de climas templados y húmedos, pierden sus hojas al llegar el otoño. La menor duración del día, con el descenso de radiación solar (fotoperiodo), el descenso de las temperaturas y, la ocasional congelación del suelo, hacen que mantener las hojas sea un desperdicio de energía. Las hayas, robles, tilos, castaños, fresnos... volverán a reverdecer con la primavera y sus días cada vez más largos y cálidos. Esta relación directa entre temperatura y brote de las hojas de las especies caducifolias ha llevado a muchos científicos a plantear que el calentamiento global está adelantando la primavera.

Para poner cifras a esos vaticinios, un grupo de investigadores de varios países, entre ellos España, han estudiado este fenómeno en los bosques continentales de Europa. Analizaron los datos de brotación de siete grandes especies arbóreas presentes en 1.245 localizaciones en una franja que va desde el Mar del Norte hasta el Adriático y desde Bélgica hasta Bosnia-Herzegovina.

Su análisis se ha apoyado en datos recogidos desde 1980 por el Proyecto Fenológico Paneuropeo, que registra los fenómenos biológicos periódicos relacionados con el tiempo (como el regresar de las golondrinas o la floración de almendros y cerezos). Comprobaron que todas las especies analizadas, y en todos los sitios con datos, llevan 30 años adelantando el brote de sus hojas.
"La salida de las hojas se ha adelantado seis o siete días desde 1980", dice el director de la Unidad de Ecología Global del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales, del CSIC, y coautor del estudio, Josep Peñuelas. El impacto de este fenómeno es enorme. Por un lado, el adelanto del brote hace que las hojas fijen más carbono, balanceando el exceso de emisiones. Pero, por el otro, "produce efectos en cadena en todos los ecosistemas que acaban influyendo en cómo funciona todo el planeta", añade Peñuelas.

Sin embargo, para el investigador catalán, la investigación, publicada en la revista Nature, descubre otro fenómeno aún más intrigante: el ritmo de adelanto de la brotación se está frenando aunque sin llegar a detenerse. Así, entre 1980 y 1994, la salida de las hojas se adelantó de media 4 días por cada grado extra de aumento de la temperatura. Pero, desde 1999, la ratio ha bajado hasta 2,3 días por grado, es decir, una reducción del 40%.

El frenazo no es igual en todas las especies. El castaño de Indias o castaño falso (Aesculus hippo), por ejemplo, ha suavizado su adelanto de la brotación hasta los dos días por grado. En el extremo opuesto, las hojas de la haya común (Fagus sylvatica) mantienen casi el mismo ritmo acelerado de brote. Así que las hojas salen cada vez antes pero, en los últimos tiempos, esas prisas se han suavizado.

Los investigadores estudiaron entonces el porqué de esta ralentización. Manejaron varias hipótesis, como una progresiva adaptación de los árboles caducifolios a la mayor variabilidad de las temperaturas primaverales o una especie de límite físico que tendrían las hojas a la hora de brotar relacionado con el fotoperiodo o cantidad de radiación solar. Es como si los árboles supieran que no pueden adentrarse demasiado en el invierno, no sea que una helada tardía acabe con sus primeros tallos verdes.
"Hemos observado que las hojas de los árboles europeos no brotan tan pronto como se pensaba, porque necesitan acumular un cierto número de noches frías para despertar del estado de dormición invernal", comenta Peñuelas. El frío es la parte de la ecuación que faltaba para explicar la llegada anticipada de la primavera. Las especies de hoja caduca necesitan una buena dosis de frío antes de que llegue el calor y la cantidad extra de horas de sol que anuncia el fin del invierno.

Pero el cambio climático no solo está provocando más calor en verano, también está suavizando las temperaturas de otoño e invierno. Sin ir más lejos, la AEMET ya ha anunciado que la nueva estación que ahora empieza será particularmente suave y húmeda. Eso hará que los árboles tarden más en alcanzar el cupo de frío que necesitan, como si les costase más darse cuenta de que es el momento de sacar las hojas.

Para Peñuelas "es como si los árboles se estuvieran volviendo locos". Y con su locura, enloquecen al resto del ecosistema y todas las especies animales o vegetales que hacen su vida en función de cuando salen las hojas de los árboles.

Fuente: ElPais.com

Llega el Niño 'Godzilla'

Climatólogos e historiadores comparten una broma sobre quién ganó las batallas que libraron tanto Napoleón en 1812 como Hitler en 1941 tratando de invadir Moscú. Ambos fracasaron en su avance hacia la capital rusa debido al azote de sendos inviernos especialmente severos. «No fueron derrotados por ningún ejército, sino por El Niño», dice con intención el experto de la NASA William Patzert a la BBC. Este fenómeno climático -llamado así porque tiene su máximo de actividad alrededor de la Navidad- consiste en un calentamiento del este del océano Pacífico ecuatorial que altera los patrones de lluvias y provoca intensas sequías e inundaciones en una y otra costa pacíficas. Pero sus consecuencias se dejan notar por todo el planeta.«En Europa, los años en los que El Niño es potente se dan inviernos muy fríos en el Este del continente y en la parte occidental de Rusia», explica Verónica Nieves, climatóloga del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA (JLP, por sus siglas en inglés). Y eso es precisamente lo que ocurrió en esos dos años -1812 y 1941- en los que se registraron dos de los fenómenos de El Niño más potentes de los últimos siglos. La crueldad del invierno terminó agotando a las tropas de Napoleón y Hitler.Este año no hay conflictos bélicos a la vista en las inmediaciones de Moscú. Pero el Pacífico sí está viviendo un fenómeno de El Niño de gran violencia, tanta que podría convertirse en el más potente del registro histórico superando al de los años 1997 y 1998 y al que los expertos ya han bautizado como El Niño Gotzila, «por sus temperaturas inusualmente altas», explica Nieves. «Pero el de este año es comparativamente más fuerte y más extenso que el del 97, según hemos podido comprobar con datos tomados vía satélite», asegura.
La intensidad de este fenómeno climático se mide sobre todo por el aumento de la temperatura de la superficie del océano Pacífico. Si es al menos 0,5ºC mayor que el valor medio ya se considera que El Niño está activo. Este año, la alarma saltó a principios del mes de septiembre. El Centro de Predicciones Climáticas de la Agencia Norteamericana para la Atmósfera y el Océano (NOAA, por sus siglas en inglés) informaba a través de su diagnóstico mensual de que durante el mes de agosto la temperatura del Pacífico ya estaba 2ºC por encima de los valores normales. Ya se trataba de un evento de gran potencia y aún quedaban más de cuatro meses para alcanzar el máximo, que llegará entre diciembre y enero. El evento de 1997 que ostenta el título de El Niño más intenso tuvo su máximo en 3ºC sobre la temperatura media del Pacífico.«En estos momentos, la temperatura del océano ya está 2,5ºC por encima de los valores medios. Lo normal es que tenga su máximo en Navidad y que se atenúe en primavera», explica la investigadora española del JLP de la NASA. «Debido a la gran intensidad del fenómeno de este año puede durar hasta el mes de junio», dice Nieves. «El Niño 2015 ya es muy potente. Todos los modelos indican que será de los más potentes del registro», añade Ernesto Rodríguez Camino, jefe del área de Modelización del Clima de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet).Los expertos aseguran que cada fenómeno de El Niño tiene sus propias características y que es muy difícil resumir cuáles serán las consecuencias que traerá un evento concreto basándose en los que han sucedido en ocasiones anteriores. Sin embargo, los efectos sobre las áreas del globo más cercanas a la corriente oceánica que origina este fenómeno suelen ser constantes: grandes sequías en Indonesia y este de Australia y lluvias torrenciales e inundaciones en el sur de Estados Unidos y en la costa oeste del norte de Chile, Ecuador o Perú. Pero sus consecuencias no se limitan a un área geográfica localizada. «Desde luego que las zonas afectadas de una forma directa por este fenómeno son las del Pacífico, donde se produce la oscilación. Pero hay otras como el Medio Oeste americano, el este de África -países como Somalia, Kenia o Tanzania- o Brasil donde los efectos de El Niño también se dejan notar con cierta intensidad», asegura Rodríguez Camino. «Pero lo más interesante es que afecta a zonas remotas», explica el meteorólogo español. Aunque el fenómeno climático aparece localizado en una zona muy concreta del planeta, tiene lo que los expertos llaman teleconexiones, es decir, señales u ondas que se transmiten a áreas alejadas debido a la circulación general de la atmósfera. Y además, en algunas zonas con un retraso de varios meses. «En España, la señal es muy débil, pero puede producir cambios en la precipitación o en la temperatura aunque en diferido», explica Rodríguez Camino. «Este retraso puede hacer llegar los efectos del El Niño hasta la Península Ibérica entre 6 y 10 meses después», dice el meteorólogo. O lo que es lo mismo, en España probablemente notaremos las consecuencias de este súper Niño que estamos viviendo en 2015 en forma de aumento de las precipitaciones durante el otoño del año 2016.Además, El Niño suele estar asociado a un incremento de la temperatura media global. Si el pasado 2014 ya se convirtió en el año más cálido del registro histórico, todo apunta a que 2015 podría superarlo. Los datos del inicio de año revelados por la NOAA hasta el mes de agosto indican no sólo que ese mes fue el agosto más cálido del registro, sino además que el periodo enero-agosto también es el arranque de año más caluroso desde que se comenzaron a tomar datos globales. «Todo indica que este año será muy cálido», opina Rodríguez Camino. Verónica Nieves va incluso más allá: «2015 será el año más cálido del registro». Los expertos de los principales centros de estudio de este fenómeno climático en EEUU afirman que este año se está produciendo una situación muy particular. «Es la primera vez que vemos una mancha de agua caliente -los anglosajones la han bautizado como The Blob- frente a las costas de Alaska», dice Nieves. «No sabemos con precisión qué ocurrirá, pero creemos que El Niño va a acabar ganando», asegura.La propia Verónica Nieves fue la principal autora de un estudio publicado en Science en el que un equipo científico del JLP de la NASA daba por primera vez una explicación al frenazo que estaba experimentando el calentamiento global durante la primera década de este siglo. «El calor que no veíamos se estaba almacenando en los océanos, pero en realidad el calentamiento no ha disminuido», explica la autora.De alguna forma, este parón se explica también por un proceso climático conocido como la Oscilación Decadal del Pacífico, un patrón que cambia cada cierto número de años -a pesar de su nombre no tiene por qué ser cada 10 años- y que domina en buena medida las temperaturas globales. La última década ha estado en fase fría. Pero eso podría estar cambiando.De hecho, algunos expertos opinan que un fenómeno de El Niño de gran intensidad como este podrían determinar el cambio de esta oscilación del Pacífico hacia una fase cálida, lo que agravaría el calentamiento global que ya se está experimentando y que va a dejar con gran probabilidad a 2014 y 2015 como los años más cálidos del registro. «Hay indicaciones de que ya está cambiando a fase cálida», explica Nieves. «Si es así, 2016 también podría ser un año muy caluroso, pero no podemos saberlo aún».
El papel del cambio climático
La pregunta que surge con facilidad es: ¿Cuánto tiene que ver la intensidad de El Niño de 2015 con el cambio climático? Y la respuesta no es sencilla. Ni siquiera los expertos en este tipo de acontecimientos del clima tienen una postura común. «Yo creo que el cambio climático provocado por el ser humano no está afectando demasiado al fenómeno de El Niño», asegura a este diario Anthony Barnston, jefe de predicción climática del Instituto Internacional de Investigación para el Clima y la Sociedad de la Universidad de Columbia (EEUU). «Es independiente», sentencia.Sin embargo, otros expertos del JLP de la NASA como Patzert o Nieves difieren y le otorgan importancia al calentamiento global debido a la superposición de fenómenos. «El calor que se estaba ocultando en los océanos está comenzando a surgir y provocará una aceleración de las temperaturas en la curva del cambio climático», asegura Nieves. Y en la misma dirección, aunque con reservas, apunta el meteorólogo de Aemet Ernesto Rodríguez Camino. «El cambio climático puede estimular episodios de El Niño más frecuentes, pero esto no está claro», dice. «El Niño se suma a los efectos del cambio climático provocado por los gases de efecto invernadero», afirma, aunque insiste en que en muchas ocasiones existe una menor capacidad de adaptación a la variabilidad natural del clima debido a causas económicas, aludiendo a que el mismo episodio de lluvias torrenciales puede causar graves inundaciones en una zona y sólo causar problemas menores en otro lugar preparado para ese tipo de eventos meteorológicos.Pero el climatólogo de Columbia insiste en restarle importancia. «El efecto del cambio climático sobre la oscilación de El Niño es bastante pequeña hasta la fecha y probablemente continuará así durante bastante tiempo. En el futuro sí podría tener un efecto, pero aún no sabemos cuál. Es bastante incierto aún y, de hecho, podría tanto potenciar el fenómeno de El Niño como reducirlo, o hacer cualquiera de las dos cosas en muy pequeña medida», sentencia Anthony Barnston.

Fuente: ElMundo.es